UN NUEVO AMANECER (CAPITULO IV)

lunes, 29 de marzo de 2010 comentarios
AVISO: Los personajes que forman parte de esta historia no son de mi propiedad. Presumo que pertenecen a la cadena CBS, dado que es la que emitía la serie. La única excepción a esto son todos aquellos personajes que puedan ser creados por mi imaginación para la trama de este relato y que jamás han aparecido en ninguno de los episodios de Moonlight.

CAPITULO IV

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Mientras la noche comenzaba en Nueva York, al otro lado del país Simone cogía un avión que la llevaría a la Gran Manzana… había descubierto algunas cosas – y sospechaba otras – sobre la sorpresiva marcha de su novio que la habían animado a ponerse en marcha.

Al día siguiente de hablar con él, Mick la había llamado a primera hora de la mañana, tal y como había prometido: su versión de los hechos – una triste historia sobre un pariente vampiro de Josef que estaba en coma - supuestamente debía servir para calmar sus sentimientos heridos y, aunque funcionó, una parte de ella seguía desconfiando. Una especie de extraño presentimiento, que Simone creía debía de ser su pulido instinto de abogada, acostumbrado a las intrigas después de años de trabajo y de convivir con Josef, le decía que las cosas no eran del todo lo que parecían.

Hay gato encerrado, lo sé – pensaba Simone en ese momento, mientras el avión despegaba – No es extraño que Josef oculte cosas y comprendo su rapidez en irse si ese vampiro es realmente alguien importante par a él, pero… ¿un pariente? Que yo sepa, Josef no tiene familia. Me inclino más porque se trata de otra mujer.

Mick era un buen hombre, lleno de buenas intenciones, pero era el mejor amigo de Josef y sabía que podía ser capaz de mentir por él. Seguramente trataba de protegerle, quizá incluso quisiera evitar hacerle daño a ella, pero independientemente de sus razones lo cierto era que Simone no le creía. No del todo.

Y esa llamada de Josef, días atrás…

Mick le había dicho antes de colgar que Josef había prometido llamarla para aclararle las cosas. Él no había querido darle todos los detalles del asunto por teléfono – por eso le hizo un somero resumen de la situación y nada más – porque consideraba que ese derecho le correspondía a su amigo. Era su deber, por ser su novio y por haberla dejado tirada de semejante manera. Le debía una buena explicación y se la daría en cuanto sus ocupaciones en Nueva York se lo permitieran.

El milagro había sucedido hacía dos días.

Josef le había hablado por teléfono con su actitud de siempre, aunque algo menos juguetón y bromista que de costumbre… eso en un hombre como Josef podría catalogarse de frialdad. Y luego aquella voz femenina de fondo, llamando a un tal Charles y la voz apagada de Josef respondiendo lejos del auricular: un momento…

Sé que tapó el auricular por como sonaba su voz, pero sin duda era él el que le contestaba a Dios sabe quien. ¿Quién sería esa mujer? Porque tengo claro que era una mujer y no parecía la voz de una anciana. ¿Sería la tal Paula? Tal vez.

Volvió a sentirse en su interior indignada y furiosa. Tenía la impresión de que la estaban engañando: Josef con su oscurantismo y Mick tratando de solapar a su amigo, aunque de él podía creerse que estaba actuando de buena fe: al fin y al cabo era un vampiro honesto. No era intrigante ni mentiroso, como Josef. No era astuto ni mujeriego y su comportamiento en general era más que correcto. Sabía que no se la jugaría, en cambio Josef si.

No sería la primera vez que es infiel – pensó, frunciendo los labios – Nunca ha sido muy monógamo, que digamos. Aunque hasta ahora yo no había tenido sospechas. No sé si porque ha sido sincero o simplemente porque ha sacado su discreción de paseo. De todos modos, pienso averiguarlo.

Había sonsacado con sutileza a la secretaria de Josef y había conseguido un nombre. Después había buscado información sobre él y había obtenido una dirección y un empleo: enfermera. Parecía ser que Paula ejercía como tal en Waverly Place, una zona muy tranquila de Nueva York donde, curiosamente, había una casa registrada a nombre de Josef Kostan, empresario de Los Angeles.

De manera que, si hago caso de la versión de Mick, Paula sería la enfermera encargada de cuidar al pariente comatoso de Josef… o puede que sea su amante neoyorquina, a la que visita de vez en cuando, tal y como demuestran los recibos de billetes de avión a los que tuve acceso en sus archivos.

Como no se fiaba de la poca información que encontró y ya que las únicas personas que podían ayudarla – Mick y Beth, a la que también había consultado, por si acaso – no parecían conocer lo suficiente del asunto o preferían escondérselo, Simone se había colado en el despacho de Josef en su ausencia y revisado sus archivos de ordenador, amén del despacho entero. Nadie la detuvo en su quehacer, pues todos estaban trabajando y en el remoto caso de que alguien hubiera asomado su cotilla cabeza para incordiar, no encontraría raro que ella trabajara en el ordenado de Josef, pues sabían que había confianza, ya que ella era una de sus abogadas. Además, estaba segura de que más de un empleado se habría dado cuenta a esas alturas de que la relación entre Josef y ella era algo más que amistosa y profesional. Habían sido discretos, pero los ojos y los oídos de los empleados históricamente estaban siempre abiertos.

De forma que sin ningún contratiempo había encontrado algo más de la información que buscaba en el despacho de Josef. No era mucho, pero bastaba y uno de sus hallazgos había sido mucho más que interesante: tras registrar el despacho entero descubrió en un pie falso de uno de los pilares de la habitación una caja fuerte camuflada. Un escondite perfecto, ya que la tapa de la caja estaba oculta tras un panel falso que fingía ser parte de la decoración del pilar.

Muy típico de Josef – pensó, esbozando una sarcástica sonrisa.

En la caja había encontrado varios fajos de billetes bien agrupados y atados con cinta. Todo normal y anodino… hasta que descubrió la cubierta falsa dentro de la caja y la levantó, encontrando la bolsita de terciopelo rojo que se ocultaba debajo.

Esto tiene que ser importante – se había dicho, mientras tiraba del cordón de la bolsa para abrirla – Apuesto a que podría ser incluso la razón por la que Josef construyó semejante agujero de rata. La tenía muy oculta. Todo encaja.

Y encajaba de muy mala manera. Dentro de la bolsa había un colgante de oro con forma de corazón. Era un colgante femenino. Una joya valiosa, nada de baratijas, la clase de regalo que Josef podía hacerle a una mujer.

¿Y tendrá la desfachatez de decirme que perteneció a su madre? ¿O a su abuela? ¿A una tía soltera? Este collar no parece demasiado viejo. Y esas buenas señoras vivieron hace bastantes siglos y por lo que yo sé, están todas muertas.

Eso, junto con sus incesantes sospechas, había sido lo que la había animado a coger aquel avión. Pensaba que estaba cometiendo una locura y seguramente Josef se enfadaría al verla, pero tenía que saberlo. Total, si se equivocaba, siempre podría decir que había venido a brindarle apoyo a su novio… pensaba hacerlo en serio, si descubría que Josef estaba ejerciendo de buen samaritano con su supuesto pariente.

Eso si, si descubría que Josef se la estaba dando con otra mujer… pobre de él. Y de ella. Porque no pensaba consentir que él le hiciera algo como eso. Nunca. Puede que Josef no fuera mister fidelidad, pero ya se encargaría ella de que la respetara: mientras había sido solo una de sus frescas no tenía por qué, pues en aquellos tiempos su relación no había sido en modo alguno formal, tan solo placentera y rutinaria, dos días por semana… pero ahora era diferente. Dos años. Llevaban juntos el tiempo suficiente como para que Josef tuviera que rendirle cuentas si se desmadraba.

Y vaya que se había desmadrado. Al menos, eso le decía su instinto. Pronto lo averiguaría.

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- La verdad, no sé en que va a acabar todo esto – suspiró Beth, apoyando la frente en una mano.

- Tranquila – dijo Mick, pasándole una copa y sentándose en el sofá a su lado.

Estaban juntos en el apartamento del detective, hablando sobre Josef y Simone y la ayuda que esta les había pedido para esclarecer todo aquel asunto.

- Josef se la está jugando – dijo Beth, bebiendo un sorbo de su bebida – Simone no es tonta. Y si le da por ir a Nueva York…

- Entonces habrá problemas – coincidió Mick – Ya se lo he dicho a Josef. Quedó en que la llamaría y lo ha hecho, ¿no?

- Si, pero Simone no termina de fiarse, me lo dijo cuando hablamos – declaró Beth – Mick, ¿te das cuenta? ¿La qué puede liarse si Simone encuentra a Josef con Sara? Eso no serán problemas, será una catástrofe.

- No exageres – dijo Mick – Simone no es un ninguna loca celosa. Ella conoce bien a Josef, sabe a lo que atenerse.

- Ah, ¿y crees qué eso lo hará más fácil? Mick, Simone está enamorada de Josef. Todos lo sabemos. Llevan dos años juntos, ¿cómo te sentaría a ti algo como esto? Ponte en su lugar.

- No quiero ponerme – confesó Mick – Sé que será difícil. Yo ya le he dicho a Josef que debería ser sincero con Simone y contárselo todo. Al fin y al cabo, Sara estaba primero y si él decidió estar con Simone es porque le gustaba lo suficiente y porque… bueno… porque no podía tener a Sara, ya está, ya lo he dicho – declaró.

- Eso es cierto – concedió Beth – Pero aunque Sara lleve en el corazón de Josef más de cincuenta años… la verdad es que él ahora está con Simone y fueran cuales fueran sus razones para iniciar una relación con ella ahora son novios. Ese compromiso también debe respetarlo.

- ¿Y qué sugieres, que se quede con las dos? – preguntó Mick – Eso si que sería muy Josef.

- No – replicó Beth – Es obvio que tendrá que elegir a una de ellas: dudo mucho que a ninguna de las dos les gustase el estilo Josef – afirmó, haciendo una mueca – Aunque, si te digo la verdad, yo creo que él ya ha escogido.

- Si, yo también – suspiró Mick – Está bastante claro: se fue directo a Nueva York, sin mirar a Simone siquiera.

- Y ahora ella está celosa. Y cabreada – dijo Beth – Y tiene toda la razón.

- Todo el derecho, si, en eso estamos de acuerdo – declaró Mick – Cualquiera en su situación reaccionaría más o menos igual.

- Lo cual nos lleva a que Josef se ha comportado muy mal. Y si no hace algo pronto tendrá que pagar las consecuencias – dijo Beth – O, lo que es peor, Simone y Sara las pagarán por él.

- Josef no haría eso – replicó Mick – Las quiere a las dos, no va a hacerles daño.

- Pero es que ya se los ha hecho – dijo Beth – ¿No te das cuenta? A Simone la ha dejado plantada y a Sara la tiene engañada.

- A Sara estoy seguro de que no la engaña – dijo Mick, frunciendo el entrecejo – Vamos, tú estabas en Nueva York conmigo cuando le encontramos: no sería capaz de traicionar a esa mujer. La ama.

- Puede que no la esté traicionando deliberadamente – afirmó Beth – Pero mantiene una relación, que no ha cortado todavía, con Simone… y no estoy segura de que a Sara le haya contado nada de todo eso.

- Tal vez lo haga más adelante. Simone nos dijo que Josef le había dicho por teléfono que volvería a finales de semana y que la había citado para hablar, ¿no?

- Si.

- Bueno, pues seguramente quiera verla para cortar. Eso es lo correcto.

- Sería lo correcto si lo hubiera hecho en su momento. Ya va cinco días tarde.

Mick suspiró.

- Mira, Beth, no podemos hacer nada con todo esto, ¿de acuerdo? Los tres son adultos y estoy seguro de que cada uno de ellos sabe lo que quiere. Nosotros únicamente estamos en medio y somos amigos de ambas partes: eso quiere decir que lo mejor que podemos hacer es mantenernos al margen.

- ¿¡Al margen!? – Beth lo miró escandalizada - ¿Ese es tu plan? ¿Permitir qué suceda una tragedia?

- No va a suceder ninguna tragedia.

- ¿Ah, no? ¿Te atreves a negar que esto podría acabar como el rosario de la aurora? – inquirió.

- No, no te lo niego.

- ¿Entonces?

- Beth – el detective resopló – No podemos hacer nada más, ¿qué quieres que te diga? Si nos metemos en esto, tenemos muy pocas opciones: o nos ponemos de parte de Josef y le mentimos descaradamente a Simone hasta que él regrese o nos ponemos de parte de ella, le contamos la verdad y propiciamos que coja el siguiente vuelo a Nueva York, para clavarles una estaca en el corazón a Sara y a Josef.

- Una estaca no les matará.

- No, por supuesto, eso sería solo para paralizarlos. Después seguramente les echaría gasolina por encima y los quemaría a los dos, como si fueran salchichas.

Beth hizo una mueca.

- Estás tomándotelo todo a la tremenda.

- ¿¡Yo!? – Mick la miró con ojos sorprendidos – Eres tú la que quiere ejercer de Juana de Arco en este asunto.

- ¡Yo no quiero ejercer de Juana de Arco! – replicó Beth, malhumorada – Lo que pasa es que… - intentó seguir, pero no pudo. Resopló – No es justo, Mick. Josef tiene derecho a ser feliz y Sara también y solo podrán serlo si están juntos, pero… ¡Simone también tiene derecho a saber la verdad! No lo niegues.

- No lo niego – dijo Mick – Es solo que no quiero involucrarme en un tema que sé que va a salpicar mierda. Los dos son amigos míos y no me gustaría verles sufrir, pero seamos realistas, Beth: van a sufrir - sentenció – Es lo que siempre pasa.

- ¡Y ya está! – replicó Beth, soltando su copa a un lado y cruzándose de brazos – Esa es la excusa perfecta para no actuar.

- No es una excusa, Beth.

- Si que lo es. Te niegas a tomar parte en esto, no creas que no me doy cuenta. Quieres permitir que Josef y Simone terminen tirándose los trastos a la cabeza o, pero aún, que Sara y Simone acaben jalándose de los pelos, por culpa de Josef.

- No creo que ninguna de las dos sea tan barriobajera – suspiró Mick. La miró – Seamos honestos, Beth: no podemos hacer nada. Metiéndonos aún más en medio solo conseguiríamos que las cosas fueran a peor.

- ¿Por qué?

- Porque si. ¿Nunca has intentado meterte en medio de una pareja, cuando las cosas van mal? ¡Es una hecatombe! Nunca se arregla nada. Al revés, se estropean las cosas cada vez más. Cuando los amigos intervienen se pone en juego la lealtad… y te aseguro que esa clase de juegos hacen sufrir mucho. A todas las partes. Confía en mí. Lo mejor es que no entremos al trapo. Josef y Simone son adultos. Tarde o temprano zanjarán sus diferencias… más temprano que tarde, teniendo en cuenta que a Josef solo le faltan unos días para regresar.

Beth chasqueó la lengua, pero vio la racionalidad de su exposición.

- Espero que Josef salga entero de esta – suspiró – Y que ni Sara ni Simone terminen mal.

- No pasará nada, no te preocupes – le aseguró Mick – Será solo cuestión de aguantar el chaparrón. No durará mucho, estoy seguro.

- A ver si es verdad.

Beth meneó negativamente la cabeza y recuperó su copa. Bebió un rápido sorbo mientras Mick esbozaba una comprensiva sonrisa y se acercaba a ella para abrazarla.

Los dos estaban preocupados por lo que podía pasar. Había demasiados secretos en juego como para que aquello saliera bien. Todos los implicados podían terminar haciéndose daño… había muchas probabilidades de que pasara algo malo.


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Simone llegó a Nueva York cuando ya era de noche. Tras hacer una reserva en un hotel cercano desde el aeropuerto, cogió un taxi en la misma salida del edificio y partió hacia Waverly Place.

Teniendo en cuenta la hora que era no estaba segura de que Josef estuviera en casa, pero siempre podía esperarle y, en su defecto, al menos tenía un lugar donde pasar la noche antes de volver a la carga mañana.

El taxi la dejó en su destino después de casi una hora de trayecto. Simone bajó del coche y le pagó al taxista en metálico. Después, ya en la acera, extrajo un papel de su bolso y comprobó que la dirección era la correcta:

301 de Waverly Place.

Subió la pequeña escalinata que separaba la elegante casa de dos pisos de la calle y estaba a punto de llamar al timbre cando de pronto oyó una voz a su espalda que reconoció inmediatamente.

Se dio la vuelta.

Ahí estaba Josef. No le cabía ninguna duda de que era él. Era de noche, pero la calle estaba lo suficientemente iluminada como para verle bien… a él y a la pelirroja que lo acompañaba.

Antes de que ambos se percataran de su presencia, Simone tuvo oportunidad de fijarse bien en sus actitudes. Quería estar segura de que sus sospechas eran ciertas, tal y como parecía a simple vista... no tuvo que esperar mucho antes de ver a Josef abrazar entre risas a la pelirroja y besarla con pasión. Nunca en toda su vida había presenciado nada tan absolutamente claro y al mismo tiempo tan indignante.

- ¡Así qué este es el asunto urgente que tenías que atender en Nueva York! – exclamó, sorprendiéndolos a los dos. Se separaron inmediatamente. La pelirroja parpadeó, mirándola confusa. El rostro de Josef acababa de perder parte de su color - ¿¡Cómo te atreves!? – prorrumpió Simone, bajando los escalones hasta ellos - Yo te espero en Los Angeles, preocupada por ti y tú estás aquí, abrazándote y besuqueándote con esta… esta…

- Simone, no digas lo que estás pensando – dijo Josef, que acababa de recuperar la voz – Este no es el momento ni el lugar para armar una escena.

- ¿Escena? Ja – Simone sonrió – Tú no sabes la clase de escenas que soy capaz de armar, Josef.

- Charles, ¿quién es? – preguntó la pelirroja, mirando de uno a otro.

- ¿Charles? Así que eras tú a quien ella llamaba de lejos, el día que recibí tu llamada, ¿no? Claro, ahora lo entiendo todo.

- Tú no entiendes nada – declaró Josef, molesto - ¿Por qué has venido hasta aquí? ¿No habíamos quedado en vernos cuando yo volviera a Los Angeles?

- ¿Y perderme este precioso espectáculo de romanticismo? No, querido – espetó Simone – De ninguna manera.

- Señora… - empezó Sara, intentando ser amable – Discúlpeme, pero no entiendo…

- Sara, no hables con ella. No tienes por qué… - trató de disuadirla Josef.

- ¡Por supuesto que si! – lo cortó Simone, enfadada – Por supuesto que tiene un motivo para escucharme, Josef. Quiero que sepa la clase de hombre que eres.

- ¿De qué está hablando? – preguntó Sara, frunciendo el ceño - ¿Quien es usted y por qué nos dice esas cosas?

- Soy la novia de Josef – replicó Simone – Desde hace dos años.

La estupefacción se pintó en el rostro de Sara. Miró con los ojos abiertos a Simone y después se volvió para mirar a Josef.

- Charles, ¿qué está diciendo esta mujer? ¿Es… es verdad? – demandó.

Josef no sabía como empezar a explicarse.

- Sara, yo…

Ante la cobardía de su mirada, que él bajó al suelo tratando de reunir fuerzas y su falta de palabras, Sara se alejó de él, horrorizada.

- Charles.

- Las cosas no son así…

- ¿Has estado conmigo y con ella a la vez? – le preguntó, mirándolo dolida.

- Sara, te juro que no es lo que piensas…

Aquello parecía más una confesión que una prueba exculpatoria. Sara reprimió un sollozo y se alejó, caminando a paso ligero hacia la casa.

- ¡Sara! ¡Sara, espera! – gritó Josef, desesperado y salió tras ella. La alcanzó cuando ella estaba terminando de abrir la puerta principal con su llave – Por favor, Sara, tienes que entenderlo…

- ¿Qué quieres que entienda? – replicó ella, volviéndose a mirarlo con los ojos empañados - ¿Has estado con ella? ¿La dejaste esperando en Los Angeles para venir a divertirte conmigo…?

- ¡No! Sara, te lo juro – la agarró por los hombros – Te quiero. No hay ninguna otra mujer en mi vida. Simone… ella… ella ha sido solo…

- Oh, déjalo, ¿quieres? – Sara se desembarazó de él – Ni siquiera tú puedes explicarlo. Es tu novia, ¿verdad?

- Sara…

- ¡Niégalo! – le exigió ella – No haces más que tratar de explicarte, pero todavía no me has dicho que ella está mintiendo – declaró - ¿Lo está haciendo? ¿Charles? – le suplicó con la mirada - ¿Esa mujer está mintiendo?

Él volvió a quedarse sin palabras. Negando con la cabeza, Sara abrió la puerta y entró en la casa, cerrando de un portazo a sus espaldas.

Josef se quedó en la entrada, intentando contener su agitada respiración y la oleada de sentimientos que lo inundaban en ese momento: rabia, frustración, tristeza, desolación… quería matar a Simone y al mismo tiempo correr detrás de Sara para contarle la verdad, explicarle que solo una parte de la historia que había pretendido contarle Simone era cierta. Si, eran novios, pero la auténtica verdad era que él amaba a Sara, que quería pasar el resto de su eternidad con ella y que Simone no significaba, a fin de cuentas, nada. Nunca la había amado realmente. Jamás había amado a ninguna de las mujeres con las que había estado como amaba a Sara.

Pero sabía que ella no le escucharía. No hasta dentro de unas horas, al menos. La impresión había sido demasiado fuerte. Estaba confundida, dolida, herida. Y no querría recibirle, estaba seguro, hasta que estuviera preparada.

Se dio la vuelta, intentando retener las lágrimas que le provocaba la angustia cuando vio a Simone, que aún estaba en la acera, mirándole furiosa y con los brazos cruzados.

Viéndola, su furia se recrudeció y en ese momento siguió un impulso y bajó los escalones hacia ella. La cogió del brazo sin miramiento y se la llevó, alejándola de la casa.

Había llegado el momento de dar explicaciones.

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