UN NUEVO AMANECER (CAPITULO I)

domingo, 9 de agosto de 2009 comentarios: 1
AVISO: Los personajes que forman parte de esta historia no son de mi propiedad. Presumo que pertenecen a la cadena CBS, dado que es la que emitía la serie. La única excepción a esto son todos aquellos personajes que puedan ser creados por mi imaginación para la trama de este relato y que jamás han aparecido en ninguno de los episodios de Moonlight.

CAPITULO I


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Era una bonita mañana de primavera, en la ciudad de Nueva York. El cielo estaba completamente despejado y la temperatura era la justa, ni más ni menos, para hacer de ese un día más que agradable.

En la calle el tráfico fluía como siempre, lento pero seguro, avanzando mientras dejaba atrás a los transeúntes que caminaban con prisa por la acera. El sol que brillaba en el cielo, ajeno a todo lo demás, iluminaba con sus cálidos rayos la fachada de los elegantes edificios de Waverly Place. Aquella era una zona tranquila, alejada del ruidoso corazón de la ciudad y salpicada aquí y allá con parterres, flores y pequeños parques cubiertos de un primorosamente cuidado césped verde.

En el interior del 301, nada había cambiado desde hacía más de cincuenta años. El espacioso apartamento seguía siendo íntimo y elegante, decorado con gusto y sin que faltara ni una sola de las comodidades que cabría esperar. El propietario lo había dispuesto todo. Incluso había contratado a una enfermera – que contaba con el mejor currículo que pudo encontrar - para que cuidara día y noche de la única habitante con la que contaba la casa. Paula debía encargarse de que a Sara nunca le faltara de nada.

Aquella mañana, los rayos del sol entraron como cada día por la ventana del dormitorio principal, en el 301. Como cada día, la luz iluminó tenuemente la cama donde Sara dormía, conectada a varias maquinas que la mantenían con vida, anclada al mundo, aunque ya hiciera bastante tiempo que ella lo había abandonado… a un nivel de consciencia, al menos.



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La luz se detuvo como una caricia sobre su pelo, que era de un precioso tono de pelirrojo y que había sido peinado con cuidado esa mañana, como todas las mañanas, por Paula. Paula también había escogido el camisón de seda de color rosa palo que llevaba puesto Sara bajo las sábanas y que le confería a su piel una tonalidad casi perfecta. Cuando la luz se posó durante unos segundos en su rostro lo iluminó, con un resplandor especial, que resaltaba toda su belleza y la mostraba al mundo, aunque en realidad no había nadie allí en ese momento para verla.

Paula había salido de la habitación minutos antes para cumplir con su pausa para el desayuno. No estaba presente mientras el sol iluminaba a Sara, ni tampoco cuando el latido de su corazón empezó a registrarse con más rapidez en las máquinas. No vio la sangre que fluía deprisa hacia sus venas y, por supuesto, no se presentó en la habitación hasta pasados unos segundos, cuando comprobó los cambios en la cocina, desde donde también podía controlar el estado de coma de la joven.

Cuando Paula entró en el dormitorio, los ojos de Sara acababan de abrirse.

La bella durmiente había retornado a la vida.


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Amanecía sobre Los Angeles. El sol comenzaba a emerger en el horizonte, mientras una brisa fría de primavera recorría la ciudad y el aroma del océano envolvía los lugares más cercanos a la playa.

El día daba comienzo y los habitantes de Los Angeles se preparaban para ello. En el 2110 de Drexel Avenue, un edificio alto que contaba con una estratégica vista sobre la ciudad, la llegada del sol significaba tener que separarse.

Mick miró más allá de la cama donde había pasado la noche y sus ojos se posaron sobre el congelador industrial, que descansaba aislado al fondo de la habitación, relegado junto al armario… aquel había sido su lecho durante décadas y de un momento a otro tendría que volver a meterse dentro, pues debía descansar en frío como cada día para regenerar sus energías.

Pero le apetecía tan poco…

Antes no se quejaba por dormir en un congelador, pero ahora tener que hacerlo después de pasar por la cama le parecía casi descorazonador y en ocasiones incluso le resultaba odioso. Suspiró al pensar en ello y sus ojos se desviaron hacia la razón de su renuencia: Beth seguía durmiendo, ajena a todo. Mick miró el reloj que había en la mesilla junto a ella y comprobó que aún quedaba una media hora, hasta que su novia tuviera que levantarse para ir a trabajar. ¿Por qué sus vidas no estarían mejor acopladas para que no tuvieran que separarse?

Yo podría trabajar de día – pensó Mick – Y dormir de noche, como hacemos juntos la mayor parte de la semana.

Aquella era una bonita fantasía, pero sabía que era imposible. ¿Un vampiro durmiendo de noche? Cuando Beth venía a verle y pasaban la noche juntos era normal, pero… ¿todos los días? No estaba seguro de que su naturaleza – ni su metabolismo – pudieran con ello. No sería la primera vez que tuviera que salir de día a trabajar, debido a algún caso, pero aún así… su ritmo de vida dependía ampliamente de la llegada de la noche. El día no le favorecía en nada. Aquello era algo que simplemente no se podía discutir.

Bueno. Al menos la tenía a ella. Sonrió al observar los suaves rasgos de Beth y como su largo cabello rubio se esparcía por la almohada. Había adquirido aquella cama años atrás, durante el breve período de tiempo en que pudo disfrutar de los beneficios de la Cura, antes de volver a convertirse en vampiro con la ayuda de Josef. Originariamente, la cama estaba en el salón, donde la había colocado por disponer de mayor espacio y de paso para disfrutar de la potente luz del sol que atravesaba las ventanas del piso de abajo al amanecer… pero al empezar a compartirla con Beth, la intimidad se hizo necesaria y finalmente resolvió cambiar de sitio el congelador donde dormía para hacerle un hueco a la cama en su habitación… ahora le dolía abandonarla cada vez que llegaba el día y despertaba junto a su ella.



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En ese momento Beth se removió y comenzó a abrir los ojos lentamente.

- Mick – susurró, todavía medio dormida.

- ¿Si?

- ¿Qué hora es?

- Hora de levantarse, me temo – dijo Mick, haciendo una mueca al consultar de nuevo el reloj.

Beth resopló.

- Maldito lunes – masculló, frotándose un ojo.

Mick rió por lo bajo.

- ¿Quieres tortitas para desayunar? – le preguntó – Puedo hacerlas para ti antes de irme al congelador.

- No, gracias – dijo Beth, sonriendo - Voy a ducharme – declaró, dándole un cariñoso beso en los labios antes de salir de entre las sábanas y dirigirse hacia el baño – Si puedo, nos vemos más tarde. Si no, te llamaré – afirmó, deteniéndose en la puerta.

- Te llamo yo, cuando me despierte esta noche – manifestó Mick – Que pases un buen día.

- Y que duermas bien – replicó Beth, sonriente.

Mick le devolvió la sonrisa mientras ella entraba en el baño y suspiró cuando empezaron a oírse los primeros sonidos del agua que corría. Respirando hondo para reunir fuerzas - y de paso llevarse como recuerdo el aroma de Beth - salió de la cama y se encaminó directo hacia el congelador, que segundos después abrió para meterse dentro.

Mientras se tumbaba de espaldas y cerraba la tapa pensó con tristeza en que aún les quedaba un largo día por delante.


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- Buenos días, Ben.

Ben Talbot, ayudante del fiscal, levantó la cabeza de los documentos que estaba leyendo y vio a su ayudante en la puerta. La joven rubia le sonrió antes de entrar, cerrando la puerta tras de sí y encaminándose hacia su despacho, contiguo al de él.

- ¿Qué tal el fin de semana? – preguntó la muchacha mientras entraba en su oficina, dejando abierta la puerta que conectaba ambos despachos.

- Bien. Bien – Ben se levantó para acercarse hasta donde estaba ella, que en ese momento acababa de sentarse tras su escritorio - ¿Y tú qué tal?

- Bien – dijo la mujer, sonriente – Ha sido divertido.

- Me alegro. Ehm… Beth – dijo Ben, apoyándose displicente contra el marco de la puerta – Hoy necesito que te quedes hasta tarde conmigo: hay que cerrar el papeleo del caso Langton.

- Oh – la joven asintió – Está bien. De acuerdo.

- Confío en que no habrás hecho planes – declaró el abogado.

- Nunca hago planes entre semana, Ben… a no ser que sean personales – le sonrió – Pero concretamente para hoy no tengo ningún plan. Excepto trabajar, claro. Y quizás cenar algo de comida china, más tarde.

Ben sonrió.

- Conozco un chino que no está muy lejos y la comida es buena. Hacen un Kung Pao exquisito.

- Me encanta el Kung Pao – dijo Beth – Siempre lo pido.

- ¿En serio? Vaya, tenemos algo en común – declaró Ben.

- ¿A ti también te gusta?

- Es mi plato favorito.

- Entonces lo pasaremos bien – afirmó Beth – Nada tan divertido como dos investigadores fanáticos del Kung Pao, encerrados en un despacho, hasta las orejas de papeleo - bromeó.

- Ese si que es un plan interesante – dijo Ben, sonriendo al seguirle la broma – Te veo más tarde, Beth – declaró, abandonando con desgana su posición – Tengo trabajo que hacer.

- Yo también.

La rubia comenzó a organizar sus cosas sobre el escritorio. Dejó su bolso a un lado y encendió el ordenador, metiéndose de lleno en su trabajo mientras él volvía a su despacho.



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Ben regresó a su escritorio y le dedicó una hora más de su tiempo a la lectura de aquellos documentos. Debería haber tardado menos, pero de vez en cuando le daba por levantar la cabeza para observar discretamente a Beth, a través de la puerta abierta.

Llevaban casi dos años trabajando juntos. Él mismo le había ofrecido trabajar para él cuando ella llevaba un tiempo sin trabajo, ya que había dejado su puesto como reportera en la revista digital Buzzwire por motivos personales, según le había contado alguna vez. Y a él no le había parecido bien que semejante talento para la investigación y el esclarecimiento de los hechos se desperdiciara con semejante pérdida de tiempo. Alguien como ella podía ocupar un muy buen lugar en la oficina del fiscal. Y ahí estaban actualmente, no se había equivocado: Beth empezó como simple investigadora y en aquellos dos años había llegado a ser su ayudante. Claro que… no podía negar que parte de ese ascenso había sido elección suya.

Le gustaba el estilo de trabajo de Beth y valoraba mucho sus cualidades como investigadora: Beth poseía la intuición y la inteligencia especiales que hacían falta para llevar acabo ese tipo de trabajo y además era buena tratando con la gente, ya fueran sospechosos, víctimas o familiares. Sin duda alguna había sido un estupendo fichaje para la oficina… y para él mismo, por supuesto.

No podía negar – aunque solo lo admitía de momento ante sí mismo – que Beth le atraía. Desde el principio había sentido cierta atracción por ella, hasta el punto de ver todos y cada uno de sus reportajes en Internet… y no solo porque quisiera conocerla, al estar involucrada en uno de sus casos. Esa, en realidad, había sido solo una excusa… o quizás sería más acertado decir que terminó por convertirse en su excusa, ya que en un primer momento si que había visto los reportajes de Beth para estudiarla… al menos hasta que empezó a gustarle.

No había otra manera de describirlo: le gustaba Beth. Su inteligencia, su belleza, su espíritu… su personalidad, en definitiva. Cada día aguardaba el momento de verla en la oficina y cada viernes se iba descontento a casa porque sabía que pasarían dos días hasta que la volviese a ver… y mientras ella estaría divirtiéndose con su novio, Mick St. John.

No le gustaba St. John. Desde el primer momento que lo había conocido le había parecido sospechoso y algo arrogante. El hecho de que siempre se mantuviera cerca de Beth y de que pareciera conocerla como nadie lo escamaba. La relación entre ellos dos parecía ser estrecha, incluso en aquellos momentos, cuando aparentemente no había nada que los uniera más que una simple amistad.

Si, claro. Y yo soy la madre Teresa.

Mick St. John era peligroso. Estaba seguro. Su nombre estaba al final de la enigmática lista que había recibido de un contacto anónimo, dos años atrás. Había investigado aquel fajo de papeles – todos los nombres que contenía, uno a uno, incluso los que habían sido tachados – hasta la saciedad, pero no había logrado sacar apenas nada en claro. El análisis del sobre sellado, del papel y de la caligrafía no habían servido para nada. No le habían conducido a ninguna parte y los nombres… otro callejón sin salida. Apenas le habían proporcionado un puñado de hilos de los que tirar, pero seguía sin desentrañar la madeja. Algo se le escapaba.

Por lo pronto, tenía un ojo puesto sobre aquellos nombres, a la espera de dar con el dato o los datos que se le resistían. Lo que si había concluido es que Mick no era de fiar y le preocupaba que Beth se relacionara con él, sobre todo de una manera tan íntima.

Podría salir mal parada – pensó - ¿Y si él… o lo qué quiera en lo que esté metido… le hace daño? ¿Quizá St. John no esté relacionado directamente? Es amigo de Josef Kostan, cuyo nombre también figuraba en la lista y sé de buena tinta que Kostan es el típico tiburón de los negocios. Alguien ideal para estar involucrado en asuntos sucios.

Pero no tenía ni una sola prueba de nada. Y seguiría sin avanzar, sin poder hacer absolutamente nada, hasta que no pudiera encontrar la razón de por qué su misterioso contacto le había pasado aquella lista y que era lo que esta significaba. ¿Qué relacionaba a todos aquellos nombres? ¿En qué clase de trama, conspiración o lo que fuera estaban metidas esas personas? ¿Era su siniestro contacto simplemente un estafador, un bromista, un loco?

Algún día tendría que averiguarlo. Y esperaba que St. John no hubiera metido para entonces a Beth en problemas, porque de ser así se encargaría de aplastarle con todo el peso de la ley.

Ella no se merecía ser arrastrada, Dios sabe hasta donde, por un hombre como ese.


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Josef vio la elegante figura de la mujer recostada contra el marco de la puerta de su despacho y sonrió. Ella, devolviéndole la sonrisa, echó a andar hacia él, que estaba sentado detrás de su escritorio, revisando unos balances de su empresa.

- Buenas noches, Simone – dijo Josef, agarrando cariñosamente su mano cuando ella le alcanzó.

- Hola, jefe – replicó la mujer, sentándose con un ágil salto sobre el escritorio y enlazando al mismo tiempo sus dedos con los de él - ¿Qué tal el día?

- Aburrido – dijo Josef – Ya te imaginarás… pero, por suerte – le sonrió picaramente – ya está anocheciendo y, si no me equivoco, esta noche nos toca hacer unas cuantas cosas juntos, ¿no es cierto? – preguntó y sus ojos la enfocaron con diversión.

- He venido para eso – dijo Simone y soltándose de su mano le tendió el brazo, ofreciéndoselo - ¿Empezamos?

Josef no se hizo de rogar y sus largos colmillos se hundieron con suavidad en la piel del antebrazo de Simone, cerca de la muñeca. La mujer emitió un gemido, pero después sonrió y cerró los ojos, echando la cabeza hacia atrás, para disfrutar del efecto que aquel mordisco tenía sobre ella.

Conocía a Josef desde hacía mucho tiempo. Al principio, solo había sido una más de sus abogados, con un sueldo extraordinario y un trabajo tranquilo, pero con el paso del tiempo habían ido acercándose y ella había pasado de ser simplemente una empleada a alimentarle y de ahí a mucho más.

Actualmente Josef tenía más frescos – gente a la que no le importaba dar su sangre por satisfacer sus ansias de vampiro y que a cambio obtenían dinero o goce, o ambos - de los que podía contar, pero ella era la principal. Su cercanía al empresario era mayor que la de cualquiera de sus socios, ya que llevaban saliendo al menos dos años y ella compartía con él espacios de su vida que los demás ni siquiera conocían… a no ser que fueran íntimos, claro. Y había muy pocas personas íntimas en la vida de Josef Kostan.

El momento de la alimentación concluyó y Josef se separó de ella, lamiéndose rápidamente los labios para eliminar los últimos rastros de sangre. Simone sacó un kleenex del bolso y lo usó para taponar las pequeñas heridas de colmillo de su antebrazo.



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Se miraron, sonriendo.

- ¿Qué sería de los lunes sin ti? – preguntó Josef.

- Oh, seguramente te aburrirías mucho – dijo Simone, inclinándose hacia él.

- Apuesto a que si.

Josef fue a su encuentro y estaban a punto de besarse cuando de repente sonó el teléfono y la voz de la secretaria en el manos libres los interrumpió:

- Señor Kostan, tiene una llamada. Por la línea dos.

Josef resopló.

- Ahora no, Gloria. ¿No te he dicho que no me pases llamadas en este momento? Estoy ocupado – declaró.

- Pero parece ser importante, señor – replicó la voz de la secretaria desde el otro lado – Lo llama una tal Paula. De Nueva York. Dice que es urgente que…

Incluso Simone quedó sorprendida al ver la rapidez con la que se movió Josef para silenciar a su secretaria, coger el teléfono y pulsar decidido el botón que daba paso a la llamada de la línea dos.

- ¡Paula! – casi le ladró al auricular - ¿Qué es lo que pasa?

Pasaron varios segundos que fueron como minutos, por la forma en que parecieron alargarse en el tiempo. Simone no apartaba la vista de Josef y con cada instante que pasaba se mostraba más sorprendida, hasta el punto de que su entrecejo se frunció, confuso… estaba viendo palidecer a Josef por momentos.

- ¿Qué pasa? – le preguntó, moviendo los labios.

Él le hizo un gesto, entre brusco y ausente, para indicarle que se callara. Simone no salía de su asombro.

- Lo siento, lo apagué – se disculpó en ese momento Josef, a todas luces apesadumbrado – No esperaba llamadas… estaba trabajando… si… si, claro. Has hecho bien – asintió - ¿Esta-tás segura?

Esto tiene que ser gordo – pensó Simone, alzando las cejas con sorpresa - ¿Acabo de oírlo tartamudear?

- Si… si – Josef se levantó como un resorte del sillón – Si, por supuesto, gracias. Que me espere allí. Voy enseguida. Cogeré el primer vuelo que… no, no, mejor conseguiré un avión privado: será más rápido – rectificó - Si… claro… esperadme allí. Dile que estaré en casa enseguida. Dile que… - calló y le dedicó una mirada nerviosa a Simone – Dile que nos veremos. Antes de que acabe el día – concluyó y acto seguido colgó el teléfono.

- Josef, ¿qué está pasando? – inquirió Simone, levantándose para mirarlo - ¿Quien es Paula? ¿Y qué ha sucedido en Nueva York?

- Nada – se evadió el empresario – Tengo un asunto muy importante que atender, en la ciudad de los rascacielos – sonrió y en su rostro se pintó algo parecido al alborozo – Lamento tener que dejarte así, Simone pero, en serio, debo irme.

- ¿Y nuestra cita? ¿Vas a alimentarte de mí y ya está? Josef, eso no lo hacías desde hace tiempo.

- No puedo darte explicaciones ahora, Simone – replicó Josef, colocándose rápido la chaqueta – Me voy a Nueva York. Regresaré dentro de unos días. Tengo que irme ya – sentenció y echó a andar hacia la puerta.

- ¿Cuántos días estarás fuera? – preguntó Simone – Dime algo, por lo menos.

Pero Josef ya había salido sin mirar atrás de su despacho, dejándola sola.

- ¡Lo siento, no tengo tiempo! – le llegó su voz desde el pasillo.

- Pero…

Simone bufó, frustrada. ¿¡Qué demonios era eso!? ¿Comer y largarse sin más? Era inaudito. Josef jamás actuaba así, normalmente. Era como si hubieran vuelto de nuevo al principio, cuando ella aún no sabía que él era un vampiro y algunas veces había tenido que soportar sus ataques de secretismo, como ella los llamaba.

¿Pero qué es lo que hay en Nueva York? – se preguntó – Sea lo que sea, debe de ser importantísimo. ¿Quién es esa Paula? ¿Es de su familia?

¿Josef aún conservaría a algún miembro de su familia? ¿Algún vampiro en apuros que necesitaba que él saliera corriendo a su encuentro? ¿Y tan grave era la situación qué no podía contarle nada? Vale, no era su confidente, pero… bueno, compartían cama… de vez en cuando… y desde luego conocía más aspectos de la vida de Josef que cualquier otro fresco o amante que él hubiera tenido en el pasado. ¿No la convertía eso en apta para conocer sus secretos?

Dándose cuenta de lo absurdo de sus pensamientos, sonrió para sí misma con sarcasmo: los secretos de Josef Kostan nunca se conocían. Al menos, no todos. Podían trascender algunos, pero… no, los verdaderamente ocultos jamás se sabían. Sin embargo, si estaba de suerte, quizás podría encontrar a la persona adecuada para que la pusiera al corriente.

Recogiendo su bolso con decisión, salió ella también del despacho y subió al ascensor… dejaba el edificio minutos después, directa a su coche y al apartamento de Mick St. John.
Continúa

comentarios: 1

Anónimo :

¿tiene continuacion?, ¿que pasa que no la continuan?

 
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