UN NUEVO AMANECER (CAPITULO II)

domingo, 23 de agosto de 2009 comentarios: 1
AVISO: Los personajes que forman parte de esta historia no son de mi propiedad. Presumo que pertenecen a la cadena CBS, dado que es la que emitía la serie. La única excepción a esto son todos aquellos personajes que puedan ser creados por mi imaginación para la trama de este relato y que jamás han aparecido en ninguno de los episodios de Moonlight.

CAPITULO II


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Mick acababa de abrir la tapa del congelador cuando comenzó a oír golpes en la puerta principal.

Se sentó, frunciendo el entrecejo. Sabía que no era Beth porque hacía tiempo que le había dado un juego de llaves del apartamento, lo que le llevó a deducir que quizás se tratase de alguien necesitado de ayuda. ¿Un nuevo caso, quizá? Tal vez, aunque aún no había empezado su jornada de trabajo y deberían estar llamando a la puerta de su oficina, no directamente a la de su casa.

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Intrigado, salió de congelador y se puso algo de ropa. Se peinó el cabello con los dedos hasta darle una apariencia mínimamente decente y bajó al salón, donde los golpes continuaban sonando, intermitentes, pero inequívocamente insistentes.

Miró por la mirilla y vio que se trataba de Simone.

Abrió la puerta.

- Simone, ¿qué estás haciendo a…?

- Josef se ha largado – fue la respuesta de la mujer, que pareció agitarse, nerviosa - ¿Puedo pasar?

- Eh… claro – Mick se apartó de la puerta. Ella entró y él cerró la puerta a sus espaldas - ¿Qué es lo que ha ocurrido? – preguntó, extrañado - ¿Has dicho qué Josef se ha largado?

- Si. A Nueva York – respondió Simone – Y no me ha dado ninguna explicación. Por eso estoy aquí: necesito que me digas si sabes algo de todo esto - declaró.

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- ¿Yo? – Mick la miró con sorpresa – Me acabo de levantar – alegó – No tenía ni idea de lo de Josef, hasta que tú me lo has dicho.

- Pero tú eres su mejor amigo – replicó Simone – Seguro que sabes de Josef mucho más que yo.

- Bueno…

- Sé que a ti te lo habría contado – afirmó Simone, segura de sus palabras.

- ¿Contarme el qué?

- Lo que sea que lo ha obligado a salir corriendo hasta Nueva York. Mick, ha alquilado un avión privado para ir más rápido – argumentó – Y sé de buena tinta que Josef viaja siempre en primera… me pregunto que le habrá hecho cambiar de idea.

- Si, bueno – Mick se puso serio – La verdad es que yo tampoco me explico su comportamiento: es evidente que algo muy importante lo ha empujado a actuar así. ¿No te ha contado nada?

- No.

- ¿No te ha dicho al menos cuanto tiempo estará fuera o qué piensa hacer en Nueva York?

- No. Ya te he dicho que salió corriendo. Lo único que Josef me dijo, antes de irse, es que estaría fuera unos días. Que tenía un asunto muy importante que tratar en la ciudad y que no podía detenerse a darme explicaciones – Simone hizo una mueca – Salió corriendo como alma que lleva el Diablo, después de que Gloria le pasara la llamada de una tal Paula.

La expresión en el rostro de Mick se recrudeció al oírla pronunciar aquel nombre.

- ¿Paula? – inquirió - ¿Desde Nueva York?

- Si, ¿la conoces?

- No – mintió Mick – No he oído hablar nunca de ella.



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Simone suspiró y se dejó caer abatida en un sillón cercano. Viéndola tan frustrada, Mick chasqueó la lengua: comprendía la desazón de Simone. Josef se había largado sin decirle nada y ella solo sabía que su novio estaría en Nueva York unos días y que había una tal Paula de por medio, que había provocado todo aquello… era como para no pensar mal.

Y desgraciadamente él no podía contarle la verdad. Era un secreto. No podía desvelar sin más las intrigas de su mejor amigo y, además, no creía que fuera sensato hablarle de Sara a Simone. Podía ocasionarle más daño aún del que ya estaba sufriendo por la actitud de Josef. ¿Cómo se tomaría la abogada qué el amor de la vida de su novio hubiera regresado a escena?

Esto es una mierda – pensó, sintiéndose abatido él también - ¿En qué demonios está pensando Josef? ¿Y qué es lo que ocurrido en Nueva York? ¿Acaso Sara se ha despertado? ¿Ha muerto? ¿Le ha pasado algo?

- Simone – dijo, haciendo una mueca por tener que volver al tema – Cuando Josef se marchó, ¿estaba feliz o triste? ¿Notaste algo especial en su comportamiento?

- ¿Qué si noté algo especial? – Simone lo miró como si él no la entendiera – El hecho de que se fuera inmediatamente es más que especial, Mick. Y no sabes lo rápido que atendió esa llamada – añadió, frunciendo el ceño – Gloria solo tuvo que mencionar su nombre y él casi saltó sobre el teléfono. Todo esto es muy raro, Mick. Y yo no puedo quedarme de brazos cruzados.

- ¿Qué piensas hacer? – preguntó Mick, temiéndose lo peor.

Simone se levantó decidida del sillón.

- Pienso averiguar que demonios se trae Josef entre manos y cual es la razón por la que se ha fugado a Nueva York. Y en cuanto lo haga, si él no está de vuelta, pienso ir a buscarle para hablar con él. Me debe una explicación – declaró, tajante.

- Sin duda alguna – coincidió Mick – Pero, escucha, Simone… no hagas nada que sea precipitado, ¿de acuerdo? Mira, déjame hablar con Josef… le llamaré… y en cuanto sepa algo te aviso, ¿si?

- Ya le he llamado varias veces, mientras venía hacia aquí y tiene el teléfono móvil apagado – dijo Simone – Seguramente aún estará volando.

- Entonces le llamaré dentro de un rato. Déjame averiguar lo que pasa, ¿de acuerdo? Yo también siento curiosidad.

- Te lo agradezco, Mick… y te lo agradeceré aún más si me ayudas a resolver mis sospechas.

- ¿Sospechas?

Simone resopló, exasperada ante la tranquilidad de su tono.

- Oh, vamos, Mick, no finjas que no te lo estás preguntando, al igual que yo: ¿Quién es Paula? ¿Qué clase de poder tiene sobre Josef que lo hace correr hasta la otra punta del país, con solo una llamada? ¿Forma parte de su familia? ¿Es una de sus frescas? ¿Es humana o vampiresa? Y la pregunta más importante de todas, Mick: ¿Tiene Josef otra amante? ¿Me la está pegando con alguna zorra neoyorquina?

- Tranquilízate, Simone – dijo Mick, apaciguándola – No sabemos lo que pasa, de manera que hacer conjeturas todavía es peligroso. Tal vez Paula sea tan solo una amiga de Josef… una amiga de verdad – se apresuró a añadir – No una de esas que estás pensando.

- Por su bien, eso espero – declaró Simone, enfadada – No me gusta que me dejen plantada y no me gusta que me pongan los cuernos. Josef ya ha hecho una de las esas dos cosas… esperemos que no haga también la segunda. Porque te aseguro que no lo pienso consentir - sentenció. Y estaba claro que hablaba en serio.

- De acuerdo. Estás en tu derecho – reconoció Mick – Pero antes de lanzar las campanas al vuelo, déjame hablar con Josef y te contaré lo que me diga. Intentaré que me lo cuente todo o, al menos, que me otorgue la mayor cantidad de información posible.

- Gracias - suspiró Simone, tras una pequeña pausa en la que se mostró un poco más calmada – Eso me hace sentir definitivamente mejor. Y creo… que me voy a casa – agregó – No quiero molestarte, quedándome aquí contigo.

- No sería ninguna molestia – replicó Mick – Pero me parece buena idea que te vayas a casa. Cena y descansa y mañana a primera hora te prometo que te llamaré y te daré noticias de Josef, ¿de acuerdo?

- De acuerdo – Simone echó a andar hacia la puerta y Mick la acompañó – Perdona por venir a tu casa con problemas – dijo la abogada, cuando ya estaban en el umbral – Pensarás que soy una histérica.

- No. Creo que te preocupas por mi amigo, eso es todo.

- Si – suspiró ella, haciendo una mueca – A veces pienso que me preocupo más de lo que debería.

- Josef tiene mucha suerte – declaró Mick, sonriendo escuetamente – Hablamos mañana.

- Hasta mañana, Mick. Y gracias por todo.

- De nada.

- Pasa una buena noche. Y dale recuerdos a Beth de mi parte, ¿quieres?

Mick asintió.

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- Se los daré. Cuídate, Simone.

- Lo mismo te digo.

La abogada emprendió el camino por el pasillo hasta el ascensor y Mick cerró la puerta a sus espaldas en cuanto la vio desaparecer cabizbaja tras la esquina.

Menudo marrón – pensó – Josef, espero que tengas una buena excusa para todo esto.

No estaba bien dejar a Simone en ese estado. Ella quería sinceramente a Josef, eso se notaba y ambos hacían una pareja estupenda. Incluso había llegado a pensar que a Josef ella le importaba de verdad. Pero… Dios, si el presentimiento que tenía en ese momento resultaba ser cierto… iba a ser muy difícil, para todos ellos, salir de esta.


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Josef consultó su reloj y suspiró, reclinándose cómodamente en el asiento trasero de la limusina. En su rostro había una amplia sonrisa. Quedaba menos de media hora para llegar a Waverly Place.

No podía creerlo. Sara… despierta. Y en perfecto estado. Al fin. Nunca había creído en los milagros… no especialmente… pero esta vez tendría que admitir que a veces estos se producían. Estaba deseando llegar a casa para verla…

El zumbido agudo de su teléfono móvil lo sacó de sus pensamientos. Volviendo a la realidad con una mueca, Josef extrajo el teléfono del bolsillo de su chaqueta y comprobó que se trataba de Mick.

- ¿Si? – respondió.

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- Josef – le llegó la voz malhumorada de su amigo al otro lado de la línea - ¿Se puede saber qué estás haciendo en Nueva York?

Josef suspiró.

- He tenido que viajar con urgencia. Paula me llamó y…

- Si, ya lo sé – lo cortó Mick – Simone ha estado aquí y me lo ha contado todo… todo lo que sabe – aclaró – Vamos, Josef, ¿cómo se te ocurre? ¿Dejarla así sin más? ¿Sin darle explicaciones?

- ¡No tenía tiempo! – replicó el empresario – La llamaré mañana.

- No, genio, lo haré yo – dijo Mick – Quedé en eso con ella.

- Ah, o sea que los dos os habéis confabulado para regañarme. Como si fuera un crío, ¿verdad?

- En estos momentos te comportas como tal – declaró Mick – Mira, sé que si te has ido tan de repente a Nueva York es por una buena razón. Sé que tiene que ver con Sara, porque ningún otro tema te haría viajar hasta la costa este y menos tan deprisa. Pero te diré una cosa… un consejo de amigo, por si lo quieres utilizar… no trates a Simone como lo estás haciendo – Josef resopló – No, oye, te estoy hablando en serio: ella no se merece esto. Lo mínimo que podrías darle es una explicación.

- Se la daré cuando vuelva a Los Angeles.

- Se la merece antes – replicó Mick.

- Voy a quedarme unos días en Nueva York, ¿vale? Cuando vuelva le hablaré de todo. No quiero hacerlo por teléfono – declaró – Es demasiado frío y si quieres de verdad que haga las cosas bien, tendrá que ser así.

- Ya, claro. Siempre a tu manera, ¿no?

- Desde luego.

Mick emitió un resoplido.

- Haz lo que quieras. Yo llamaré a Simone a primera hora y le daré noticias tuyas… pero pase lo que pase, más te vale hacer las cosas en condiciones, porque no serías el primer hombre en la historia al que un asunto como este le estalla en las manos.

- Nada va a estallarme en ninguna parte, Mick.

- Te aseguro que si – dijo el detective – Créeme, Josef, tengo mucha experiencia en estas cosas. No me gusta como estás actuando y creo que a la larga vas a tener muchos problemas, como sigas así. ¿Qué te cuesta decirle la verdad a Simone? A ver, ¿qué es lo que ha pasado? ¿Qué le ha ocurrido a Sara?

- Se ha despertado – declaró Josef.

Hubo una pausa larga, al otro lado del teléfono.

- ¿Qué?

- Que se ha despertado – repitió Josef – Ha salido del coma, Mick. Y está bien – sonrió.

- ¿Es…? ¿Ya es…?

- Si… al final tuvimos éxito.

Mick suspiró profundamente.

- Dios, Josef… esto es…

- Es un milagro, Mick – dijo Josef y su voz sonaba profundamente aliviada – Siento como si me hubieran quitado al menos un siglo de encima – declaró, contento – Ahora mismo voy camino a Waverly Place. No puedo esperar para verla – confesó - Quiero estar con ella.

- Te entiendo – suspiró Mick – Pero, por favor, te lo pido… no dejes en la estacada a Simone. Ella es buena persona y de verdad te quiere. Lo sé. No se merece esto, se honesto con ella, ¿de acuerdo?

- Está bien – Josef asintió – La llamaré en cuanto pueda. Concertaré una cita con ella y haré las cosas como es debido, ¿satisfecho?

- Creo sinceramente que es lo mejor – admitió Mick.

- Pues entonces no hablemos más. Tengo que dejarte – se despidió – Estamos llegando.

- Suerte – dijo Mick, sonriendo desde su lado de la línea – Me alegro de que Sara haya despertado.

- Gracias.

Josef colgó y volvió a guardarse el teléfono en el bolsillo. Se inclinó hacia delante para ver la puerta del 301 antes de que la limusina se detuviese justo delante.

El corazón estaba a punto de estallarle de la emoción.


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Paula quedó más que petrificada, al entrar en la habitación.

Desde que le había dicho a Sara que el señor Kostan estaba avisado de su salida del coma y que venía en avión para verla, la joven no había parado de moverse por toda la habitación, intentando encontrar la ropa adecuada, el peinado perfecto, la mejor apariencia para recibirle. Al principio, todo había sido muy confuso para ella: Paula había tenido que explicarle su situación, hablarle de los cincuenta y cuatro años que había pasado en coma en aquella casa, que el señor Kostan había comprado y equipado especialmente para ella, anhelando su despertar. Juntas habían llegado a la conclusión – después de que Paula le hablara de él y se lo describiera – de que el señor Kostan era el mismo Charles Fitzgerald al que Sara había conocido en su juventud y del que seguía perdidamente enamorada, sin importarlos los años transcurridos.

Para mí es como si todo esto no hubiera pasado – le había dicho Sara, sintiéndose extraña – Yo he pasado todos estos años durmiendo, podría decirse. En un letargo… desde mi punto de vista, las cosas no han cambiado… espero que tampoco lo hayan hecho para Charles.

Señorita – le había respondido Paula, mirándola cariñosamente a los ojos, de un precioso y luminoso azul – No he vivido tanto como ustedes, pero jamás en mi vida había visto a nadie más entregado y con más dedicación hacia otra persona que el señor Kostan hacia usted. No le miento si le digo que creo sinceramente que las cosas para él tampoco han cambiado y que es evidente que la sigue amando… solo tiene usted que echar un vistazo a su alrededor.

Sara así lo hizo y la sonrisa que se dibujó en su rostro sirvió para demostrar que se daba cuenta de ello. ¿Cómo no iba a amarla Charles, aún ahora, si en todo ese tiempo no se había separado realmente de ella? Aunque se hubiese cambiado de nombre y de ciudad… siempre había vuelto para visitarla. Se había encargado de mantenerla viva, de que estuviera en perfectas condiciones, de contratar a alguien cualificado para que la cuidara y de que no le faltase de nada. Y jamás había abandonado la esperanza.

Si eso no era amor…

- Paula, ¿qué tal estoy? – preguntó ahora Sara, mirándola insegura desde el centro de la habitación - ¿Crees qué a Charles le gustará este vestido? ¿Crees qué es el adecuado? Hay tantos…

- Oh, señorita… él llenó ese armario cada década, para usted. Por si despertaba – explicó Paula, entrando en la habitación y sin apartar los ojos de ella - que no le faltara ropa que ponerse. Y mientras las décadas pasaban él iba rellenando baúles con la ropa que ya estaba pasada de moda. Le he visto hacerlo tantas veces y con tanto pesar, pero ahora… - sonrió y la cogió de las manos al llegar hasta ella - … ahora sé que lo hará usted muy feliz, en cuanto el señor Kostan entré por la puerta y pueda verla.

- ¿Tú crees?

- Está usted preciosa – afirmó Paula – Parece la mismísima luz del sol, solo que ningún vampiro sería capaz de huir al verla – bromeó. Sara sonrió – Este vestido es muy bonito y le favorece muchísimo, señorita.

- Gracias. Por eso lo he escogido – argumentó Sara – Me pareció el mejor. Me he pasado toda la tarde frente al armario y al espejo y no encontraba nada…

- Lo sé, lo sé. Son los nervios – declaró Paula, sonriente – Pero ya no tiene nada que temer, porque ha elegido la mejor prenda. El señor Kostan llegará de un momento a otro y usted está perfecta – alegó.

- ¿Si? Dios… que nerviosa estoy. ¿Has preparado… bueno, la cena? – Paula asintió - ¿Y has encontrado la música que te pedí? ¿Está listo el… ese… el aparato de radio?

- La mini-cadena – aclaró Paula - Si, señorita. Todo está preparado. Solo falta usted. Vamos, vaya al salón. En cuanto el señor Kostan llegué le haré pasar para que se encuentren…



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En ese momento se oyó el timbre de la puerta. Sara dio un pequeño salto en su sitio y la miró, emocionada.

- ¡Oh, Dios, ya está aquí!

- Tranquila, señorita Whitley, ya sabe lo que tiene que hacer: vaya a la sala de estar y espérele allí, enseguida lo hago pasar.

- Si… claro.

Sara se alejó de ella y casi echó a correr, en su camino hacia la salida. Sonriendo, Paula se encaminó hacia el pasillo y cruzó el recibidor para abrir la puerta principal.

Tal y como esperaba, se encontró cara a cara con la tan ansiada visita.

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- ¿Dónde está? – preguntó Josef, ansioso.

- En el salón – respondió Paula – Lleva todo el día preparándose para este momento – declaró, haciéndose a un lado para permitirle entrar.

- La comprendo perfectamente – dijo Josef y sin más puso rumbo hacia la sala de estar.

Cuando llegó, se encontró con la puerta corredera entreabierta… reuniendo un valor que no sentía y apretando con excesiva fuerza el asa de su maleta, que aún llevaba en la mano, Josef atravesó la puerta.

Sara estaba allí. De pie. En el centro de la habitación. Llevaba puesto un vestido de un suave tono amarillo. Las tirantas se abrían en abanico sobre sus hombros y el escote acababa en pico. El talle era ceñido y la falda caía lisa y con vuelo justo por encima de la rodilla. El sol que entraba débilmente en la estancia la iluminaba por un costado y le confería un aspecto en consonancia con el atardecer que se extendía más allá de las ventanas. Las ondas de su cabello pelirrojo y un par de sencillos zapatos amarillos completaban el atuendo.

Josef dejó caer su maleta. Pasó los segundos más largos de su vida allí, de pie, en el umbral del salón, sin moverse, solo mirándola y recibiendo su mirada en respuesta y… de pronto… como si aquello hubiese sido demasiado para él, soltó de golpe su equipaje y este resonó contra el suelo de cuidado parquet al caer.

El ruido pareció sacar de su ensimismamiento también a Sara. Sonrió, tan amplia y felizmente que Josef casi sintió dolor al verla. Tan hermosa… ni un solo día había pasado para ella. Y seguía siendo tan especial… como el primer día en la Grand Central.

- ¡Charles! – exclamó en ese momento Sara y con los ojos llenos de lágrimas echó a correr y se lanzó a los brazos de él.

Lo abrazó tan fuerte que casi le hizo daño. Josef la rodeó por la cintura y la apretó contra su cuerpo. Mientras luchaba por recuperarse, pues eran demasiado años… demasiadas emociones… ella no paraba de abrazarle, sus manos acariciaban incesantes su cabello, su cuello y sus hombros y sus labios no dejaban de repetir su nombre, como si aquella fuera la única palabra que su dueña era capaz de pronunciar. Como un talismán o algo que estuviera a punto de salvarla de algún destino horrible.

- Oh, Charles – dijo Sara, cuando al fin se separaron. En sus mejillas había quedado un rastro de lágrimas y sus ojos brillaban más de lo habitual – Hace tanto tiempo…

- Demasiado – coincidió él, con voz quebrada.

- ¿Estás llorando? – preguntó Sara, tomando su rostro entre sus manos.

- No – mintió él y se limpió uno de los ojos distraídamente con el puño de su chaqueta – Es que se… se me ha metido algo en el ojo…

Ella rió, sabiendo que era mentira y lo abrazó de nuevo, emocionada.

- Sara – susurró Josef junto a su oído - Sara, no sabes cuanto tiempo…

- Lo sé – dijo ella, volviendo a separarse de él – Sé cuantos años han sido: Paula me lo dijo. Me lo ha contado todo. Charles, lo siento tanto… - se disculpó -Lamento hacerte hecho pasar por esto. Siento que hayas tenido que sufrir… por mi culpa…

- No, no, no ha sido culpa tuya – replicó Josef, meneando la cabeza – De todos modos…- tragó, intentando contener el resto de las lágrimas que amenazaban con salir - … ya no importa. Ahora estás aquí. Eso es lo único importante. Ahora estás despierta y estás bien y estamos juntos y… Dios, no vuelvas a irte nunca – sucumbió y la abrazó desesperado – Nunca. Nunca vuelvas a separarte de mí.

- No – Sara sonrió, entre lágrimas y correspondió a su abrazo - No, te lo prometo. No volveré a irme… Charles...

- Te amo, Sara. Te amo.

La besó. Sara le rodeó el cuello con los brazos y correspondió a su beso. Por ellos no había pasado el tiempo. Los cincuenta y cuatro años que habían transcurrido separados les parecieron ahora apenas cincuenta y cuatro segundos. Y aún así seguían siendo demasiados.

Mientras todo lo demás quedaba olvidado, Josef cogió en brazos a Sara y se la llevó a su habitación.

Tras las ventanas, el día daba sus últimos pasos hacia el ocaso y las sombras comenzaban a extender su manto oscuro por toda la ciudad… en la que sería una noche muy larga.

comentarios: 1

Bego :

Qué bonito ha sido el reencuentro entre Sara y Josef, como si no hubiera pasado el tiempo, pero me da un poco de miedo la reacción que pueda tener Simone, porque Josef ahora va a estar muy ocupado con Sara y seguro que no se va a acordar de llamar a Simone, y ésta no va a reaccionar bien cuando lo descubra, porque lo hará.

Me está gustando mucho la historia, ojalá la puedas continuar pronto.

 
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