UN NUEVO AMANECER (CAPITULO III)

miércoles, 17 de marzo de 2010 comentarios
AVISO: Los personajes que forman parte de esta historia no son de mi propiedad. Presumo que pertenecen a la cadena CBS, dado que es la que emitía la serie. La única excepción a esto son todos aquellos personajes que puedan ser creados por mi imaginación para la trama de este relato y que jamás han aparecido en ninguno de los episodios de Moonlight.

CAPITULO III

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Despertaron al anochecer del día siguiente. Habían pasado juntos toda la noche anterior y en algún momento de la llegada del día se habían trasladado para descansar a una bañera con hielo, que el propio Josef había preparado para los dos con un poco de agua fría y unas bolsas de hielo que Sara le trajo de la cocina.

Actualmente, Sara estaba acurrucada contra su pecho, mientras su mentón descansaba sobre la nube de ondas pelirrojas de su coronilla… estaban disfrutando del desayuno.

- Me resulta extraño, tener que alimentarme a partir de ahora de esto – dijo Sara, examinando pensativa su vaso.

- Te acostumbrarás – dijo Josef, bebiendo un poco del suyo – Solo es cuestión de tiempo.

- Eso creo – declaró Sara, esbozando una sonrisa - Charles – añadió, tras una pausa, irguiéndose para mirarle a la cara.

- ¿Si?

- No se le ha hecho daño a nadie para obtener esta sangre, ¿verdad? – le preguntó, insegura.

Josef sonrió.

- No. Te lo aseguro – declaró – Esta sangre procede de un fresco muy servicial, que vive en la ciudad.

- ¿Fresco? – Sara lo miró, confusa - ¿Qué es eso?

- Fresco es como llamamos los vampiros a las personas que nos alimentan voluntariamente con su sangre – afirmó.

- ¿Quieres decir… como una especie de… nodriza? – inquirió Sara - ¿O como si fuera un…?

- … donante de sangre, si – concluyó Josef – Hay personas dispuestas a hacerlo.

- ¿A alimentar a un vampiro?

- O a varios.

- ¿Por qué?

Josef volvió a sonreír.

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- Les gusta, simplemente. Y a nosotros nos son muy útiles – declaró – Nadie les obliga ni les hace daño para conseguir su sangre, no te preocupes.

- Mmm – reflexionó Sara, mientras volvía a acurrucarse contra él y tomaba un sorbo de su vaso – Siempre me he preguntado como sería todo esto: lo de ser vampiro, quiero decir. Hay tantas cosas que debo aprender… - consideró.

- Tranquila – dijo Josef – Te ha tocado en suerte el mejor Sire de todos, como puedes ver.

Ella rió y volvió a erguirse para mirarle sonriente a los ojos.

- De eso no me cabe ninguna duda – afirmó y depositó un suave beso en sus labios – No querría a ningún otro Sire que no fueras tú.

- Tomaré eso como una declaración de intenciones – dijo Josef, mirándola fijamente.

- Lo es – replicó Sara.

Josef sonrió feliz y la besó, enredando una de sus manos entre las ondas de su cabello para acercarla a él. Cuando el besó concluyó, los ojos de ambos brillaban.

- ¿Quieres que te enseñe esta noche la ciudad? – preguntó Josef – Para que puedas ver como ha cambiado desde los cincuenta.

- Eso me encantaría – dijo Sara, sonriendo de oreja a oreja.

- Entonces – suspiró Josef – Por mucho que me duela, vas a tener que salir de esta bañera para vestirte, para que podamos salir de casa.

- Mmm… bueno, pero no tardaré mucho, lo prometo. No quiero que me eches de menos – bromeó Sara.

- Tal vez lo que no quieres es echarme de menos tú a mí – dijo Josef, viéndola salir de la bañera.

- Tal vez – concedió Sara, mientras su cuerpo desnudo desaparecía tras la puerta que comunicaba el baño con la habitación.

Josef sonrió ampliamente. Suspirando, se bebió de un trago lo que quedaba de su vaso y lo dejó a un lado, en el suelo, junto al de Sara, que ella le había entregado antes de salir de la bañera.

La perspectiva de recorrer Nueva York de noche nunca le había parecido tan atractiva. Quizá es que había desearlo hacerlo con Sara desde el primer momento. Desde que se vieron en la Grand Central o, quizás, desde que ella le comunicó que conocía su secreto y que quería ser como él: un vampiro.

La ciudad será distinta con ella – pensó, cruzando los brazos en el borde de la bañera y mirando la puerta entreabierta – No es lo mismo visitarla solo que en compañía. Y tratándose de Sara…

Quería llevarla a todos sitios. Había tantos lugares para enseñarle, tanto que había cambiado en la ciudad – y en el mundo – en esos cincuenta y cuatro años… tanto que ver, tanto que aprender… juntos. Y tendrían horas, días, para descubrirlo todo, para disfrutar de la experiencia.

Ansioso por empezar, Josef salió de la bañera. La noche, para ellos, estaba llena de expectativas.

Josef alquiló por teléfono una limusina para esa noche.

Llevó a Sara por toda la ciudad, mostrándole los cambios que se habían producido y que a ella le resultaron impactantes: los edificios nuevos, las zonas que conocía de su infancia y juventud y que ahora encontraba muy cambiadas, la gente…

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Nueva York había crecido mucho, sin duda. Pese a que en su época ya era una ciudad bien poblada, actualmente parecía una auténtica metrópolis y de lo más variada: Sara pudo distinguir individuos de al menos diez nacionalidades distintas, durante todo el paseo.

- Es extraordinario – declaró – Hay cosas que siguen igual, pero la mayoría… - negó con la cabeza, asombrada.

- Han sido muchos años – dijo Josef.

- Si. Desde luego – sonrió - ¿Dónde estamos ahora? – quiso saber, asomándose con curiosidad a la ventanilla.

- En Broadway – anunció Josef, sonriendo.

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- ¿¡Broadway!? – Sara se volvió a mirarlo con ilusión - ¿Vamos a ir al teatro?

- Si – respondió Josef, ante la emoción de Sara. Se llevó la mano al bolsillo superior de la chaqueta y sacó dos entradas. Se las pasó a Sara – Quiero que veas un musical que es histórico, aquí en Nueva York.

- ¿Cats? – leyó Sara, extrañada - ¿Es un musical sobre gatos?

- Si… pero ya lo verás: es un éxito. Lo escribió Webber, a principios de los ochenta.

- ¿Quién es Webber? – preguntó Sara, devolviéndole las entradas.

- Un compositor – dijo Josef, guardándolas de nuevo en la chaqueta – Ha escrito varios musicales famosos. Hizo una versión de El Fantasma de la Ópera.

- ¿En serio?

- Si.

- Me encantaría verla. La novela siempre me ha gustado – sonrió.

- Lo sé. Lo arreglaré para que puedas verlo también – prometió.

Sara sonrió con más amplitud y tras depositar un cariñoso beso en su mejilla lo abrazó.

- Me consientes demasiado – dijo, estrechándolo.

Josef la besó en la coronilla.

- Quiero que disfrutes de todas las cosas que te has perdido – declaró, mirándola con ternura a los ojos.

Sara alzó una mano para acariciar su mejilla suave y sus ojos brillaron con amor.

- Te quiero, Charles - musitó.

- Y yo a ti – dijo él y la besó por enésima vez en lo que iba de día.

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El resto de la noche fue para ellos más que entretenida. A Sara le encantó el musical, Josef ya lo había visto algunas veces, pero verlo con ella y disfrutar de su asombro ante todo lo nuevo lo hizo más especial: Sara no estaba acostumbrada a esa clase de musicales, aunque en su época el género estaba en su apogeo y ella había sido una aficionada más, pero desde luego no se trataba de obras del mismo estilo. Aunque le llamó marcadamente la atención la estética y las peripecias de los gatos protagonistas consiguieron complacerla… cuando salieron del teatro, hablaron todo el tiempo de Cats, mientras la limusina los llevaba a Central Park.

Con las primeras luces del día, Josef tenía preparado un carruaje para pasear con Sara por el pulmón verde de la ciudad. Dieron una vuelta antes de regresar a la limusina, que esta vez los llevaría a casa y se deleitaron con el bello paisaje que les mostraba el parque.

Regresaron a Waverly Place una hora después, cansados y satisfechos. Fueron de la mano hasta el dormitorio y se metieron juntos en la bañera, que Paula – siempre pendiente de todo - les había vuelto a preparar, con bolsas de hielo y algo de agua fría.

Durmieron abrazados durante todo el día, deseosos de que llegara la noche, para seguir compartiendo juntos la experiencia de descubrir tantas cosas nuevas y maravillosas.


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Los días siguieron pasando, lentos y llenos de emoción, en el 301.

Sara despertó, al anochecer del cuarto día, cuando Josef no había abierto los ojos todavía. Estaban los dos dentro del enorme congelador industrial - con capacidad para dos cuerpos - que había reemplazado a la cama el día anterior y que era mucho más cómodo que una apretada bañera llena hasta arriba de agua con hielo.

Con una sonrisa, Sara observó el rostro de rasgos suaves de su Sire. No pudo evitar sentirse feliz, una vez más. Sabía que podía resultar absurdo, pero cada segundo que pasaba a su lado le parecía un regalo y después de tantos años sin haber podido verlo, sin hablar con él, sin tenerle cerca… sentía que era la mujer… bueno, el vampiro más afortunado de la tierra.

Ahora soy como él – se dijo y sonrió – Ya nada puede separarnos.

Tener esa certeza la hacía más feliz que nada. Más que todos los momentos que había pasado junto a Charles, en aquellos días. Ahora estaban siempre juntos, tal y como ella había deseado durante meses, desde mil novecientos cincuenta y cinco. El coma le había robado esos maravillosos años de estar junto a Charles, de descubrir el mundo que él podía ofrecerle en sus manos.

Pero ya no tenía que temer por eso. No había vuelto a entrar en coma y no había visos de que fuera a hacerlo. Charles había querido desde el principio que la viese un médico, para confirmar que no había riesgos, pero ella no le había dejado:

Cuando estemos en Los Angeles – le había dicho – No quiero preocuparme ahora por eso. Quiero estar contigo, Charles. Descubrir todo lo que me he perdido y quiero hacerlo a tu lado… te prometo que veré a todos los médicos que quieras, cuando abandonemos Nueva York. Pero ahora, por favor, concédeme esto. Es lo único que te pido.

Y él se lo había concedido, claro. Charles no podía negarle nada y menos después de todo lo que habían pasado hasta volver a encontrarse. Sabía que tenía miedo por ella, era lo lógico, a ella también a veces la asustaba la posibilidad: el quedarse de nuevo en coma y no volver jamás a despertar. Sería como volver a perderle y para ambos resultaría devastador… pero no deseaba pensar en ello. No. Debía pensar en el presente, pues el futuro era incierto aún y el pasado no era más que eso. Pasado.

Uno no debe preocuparse por lo que ya ha sido, sino por lo que es y, quizá, por lo que será.

Charles y ella tenían toda la eternidad por delante, si nada lo impedía. Por ahora todo les había salido bien y eran felices. De momento no era bueno pensar en nada más.

Cuando acabe la semana nos iremos a Los Angeles – pensó, contenta – Vamos a empezar una nueva vida juntos. Y conservaremos esta casa como recuerdo. Vendremos a visitarla cada vez que nos apetezca recordar la felicidad de estos días y mientras la dejaremos al cuidado de Paula, que será una buena guarda para ella como lo ha sido para mí durante todos estos años.

Lo habían decidido entre los dos el día anterior: Charles había rehecho su vida en Los Angeles después de lo que le pasó a ella y era allí donde tenía su lugar ahora. Por lo tanto, ella debía seguirle y ocupar su sitio junto a él, como correspondía. Nada la ataba ya a Nueva York, excepto los recuerdos.

Recientemente se había enterado – de boca de Charles, como era lógico – del fallecimiento de su anciano padre, acaecido hacía un año tras una larga y cruenta enfermedad. A su muerte, la que debería haber sido su herencia había sido repartida entre varias organizaciones de caridad de la ciudad. La casa de su infancia había sido vendida y las posibilidades de recuperarla no eran muchas, al menos de momento.

Le seguiré la pista y podemos comprarla más adelante, si quieres. Es cuestión de esperar – le había dicho Charles y ella había estado de acuerdo.

Lamentaba mucho la pérdida de su padre y de la casa. El dinero no le importaba, estaba mejor sirviendo de ayuda a personas que de verdad lo necesitaban que guardado en una cuenta bancaria, aunque hubiese sido la suya. De todas maneras, ya no había vuelta atrás. Había despertado demasiado tarde para despedirse de su padre y para poder reclamar el hogar de su familia, pero al menos tendría la oportunidad de visitarlos a ambos antes de abandonar la ciudad. Charles le había prometido que la llevaría.

En cuanto estuviera en paz con su pasado podría mirar sin miedo al presente y volver a soñar con su futuro, en compañía de Charles. Como llevaba mucho tiempo haciendo. Pronto podría recuperar todos los años perdidos y solo tendría que esperar unos días para emprender la fascinante vida que siempre quiso tener.

Sonriendo, acarició con cariño el rostro dormido de Charles… no podía esperar a que el viaje empezara.

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